Oh santo Ángel de la Guarda,
Mi querido amigo y solícito guía en el peligroso camino de la vida,
a ti sean de corazón las gracias
por los innumerables beneficios
que me han sido otorgados
por tu amor y bondad
y por la poderosa ayuda con la que me has preservado
de tantos peligros y tentaciones.
Te lo ruego,
déjame experimentar más tu amor y tu cuidado.
Aparta de mí todo peligro,
aumenta en mí el horror por el pecado
y el amor por todo lo que es bueno.
Sé un consejero y consolador para mí
en todos los asuntos de mi vida,
y cuando mi vida llegue a su fin,
conduce mi alma a través del valle de la muerte
al reino de la paz eterna,
para que en la eternidad juntos alabemos a Dios
y nos regocijemos en su gloria.
Través de Jesucristo nuestro Señor.
Amén.
¡Oh Ángel de Dios,
hazme digno de tu tierno amor, de
tu celestial compañía
y de tu infalible protección!